Adelgazar no es ponerte a dieta. Comienza a cambiar
Dieta, una de las palabras más temidas.
De una manera frívola es habitual oír: “Mañana me pongo a dieta”; “Este año dieta, deporte e inglés” o, ya más seriamente, por algún problema de salud: “Tiene usted que ponerse a dieta”.
Al final el problema es el mismo, tengo que dejar de comer cosas que me gustan para comer poco de cosas que, en ocasiones, no me gustan. O esa es la traducción errónea de “ponerse a dieta”.
En general comemos mal. Y con “mal” quiero decir desordenadamente, productos inadecuados y cantidades incorrectas. Conseguimos insatisfacción, remordimiento y frustración.
Definitivamente no hay que ponerse a dieta. Grave error. Puede ser impopular esta afirmación, pero, lo siento, es así.
Lo que hay que hacer es reeducarnos en nuestra forma de concebir la alimentación. Hay que reorientar nuestro concepto de placer a la hora de ingerir alimentos. Para algunos el placer está en la cantidad, para otros en el sabor, para otros en la velocidad de la ingesta, incluso para algunos, en el color de presentación de los alimentos.
Tenemos que conseguir un equilibrio entre placer y salud. Con ello conseguiremos varios objetivos: mejorar nuestra autoestima, con toda la proyección que ello conlleva para nuestro día a día, preservar una salud necesaria y disfrutar placenteramente de los momentos de las comidas. Además, y como acompañamiento a la autoestima, en la mayoría de los casos, mejoraremos nuestra propia imagen, la que nosotros vemos y la que ven los demás.
Es un tópico, pero, en nuestra vida actual, es muy difícil conjugar todos los factores que nos lleven a una alimentación perfecta. Pero… ¿Quién busca la perfección? En lo que se refiere a comer, casi nadie, porque no existe. «Haz aquello que seas capaz de mantener, pues de lo contrario, estará destinado al fracaso». Cada uno tenemos una meta.
Por otro lado, en la mayoría de los casos, cuando no somos capaces de adquirir hábitos de conducta alimentaria compatibles con una vida sana, es que tenemos un lastre de problemas que nos impide salir a flote.
Más visibles: estrés y ansiedad. Menos visibles: problemas de pareja, baja autoestima, frustración, problemas no resueltos, no aceptación de nosotros mismos, bloqueo, bajo o carente autocontrol, fobia social… En todos estos casos, la comida se convierte en un reemplazo emocional, bien por defecto o por exceso. En pocas palabras, una lucha sin cuartel entre emociones y “donuts”.
Aquí entra en juego la Psiconutrición. Trabaja aspectos más profundos de la alimentación que no son estrictamente dietéticos. No podemos reducir la reeducación alimentaria a una dieta hipocalórica.
Necesitamos motivación y herramientas que nos ayuden a comenzar el cambio y eliminar limitaciones. Hay que buscar recursos y habilidades, o dotarnos de ellos, para conseguir nuestro objetivo.
Hay que trabajar las variables psicológicas que nos hacen desarrollar malos hábitos de alimentación, para reorientarlos hacia unos más saludables.
El estudio pormenorizado del entorno en el que te desenvuelves y circunstancias de vida es fundamental para programar los pasos que hay que dar de forma individualizada y marcar metas asequibles. Todos somos diferentes. De hecho, las metas también pueden variar con la evolución que vamos desarrollando.
Hay que derribar mitos acerca de la alimentación, comprometerse con el cambio de hábitos de forma independiente (sin presión social o personal), aprender sobre nutrición y ser capaz de utilizar nuestros recursos.
No es una dieta, es un proceso de cambio ¡Sal de tu zona de confort! ¡Comienza el cambio!